Mgtr. Antonio F. García Zamora
“El conocimiento pertinente debe enfrentar la complejidad.” Edgar Morin (2006)
El arte acompaña al ser humano desde el mismo momento que dejó su huella en las paredes de las cuevas a lo que hoy se conoce como pinturas rupestres. En cada trazo, forma y gesto creativo, se inicia una búsqueda: comprendernos, dialogar con el mundo y sanar. Por eso, cuando hablamos de educación artística, no hablamos solo de técnicas o estilos pictóricos; hablamos también de un espacio donde el pensamiento, la emoción y la expresión se entrelazan: Un aula donde aprender es también habitar el asombro y la incertidumbre.
En cuanto al concepto del holismo y el pensamiento complejo, leídos desde una praxis humanista, ofrecen un horizonte educativo distinto: uno que reconoce al ser humano en su totalidad y a la educación como un proceso de transformación interior y social. Como lo afirma Edgar Morin (2001), “la complejidad es la unión de lo uno y lo múltiple”; y en el arte, esa unión se vuelve perceptible, tangible y casi espiritual.
Estas líneas nacen desde esa convicción: que educar con arte desde la complejidad es una forma de potenciar la vida, de reconciliar la razón con la emoción y de reencontrarnos con el sentido de lo humano.
El holismo: aprender desde la totalidad
La palabra holismo viene del griego hólos, que significa “todo”, Jan Smuts (1926) lo expresó con claridad: “el todo es más que la suma de sus partes”. Esta idea nos invita a repensar el proceso de aprendizaje como un tejido donde cuerpo, mente, emociones y espíritu se conectan en constante diálogo con el aprendiente y su entorno.
En el proceso del aprendizaje sobre el arte, esa totalidad se manifiesta cuando los elementos visuales como el color, la textura, la forma y los trazos se funden en un solo acto creativo. El holismo, como señala Fritjof Capra (1996), nos recuerda que comprender la vida exige mirar sus interconexiones, sus ritmos y patrones.
Educar desde el arte con mirada holista es aprender a vivenciar los vinculos: entre el yo y los otros, entre la materia y la emoción, entre la forma y el sentido.
Pensamiento complejo: habitar la incertidumbre
El pensamiento complejo (propuesto por Morin) no busca simplificar el mundo, sino abrazar su misterio. Morin (1999) nos invita a cultivar una inteligencia capaz de comprender lo multidimensional, lo incierto y lo entrelazado. En la educación artística, esto significa enseñar a mirar con profundidad, aceptar la ambigüedad y el caos como fuente de creación y no como obstáculo.
En el caso del arte, cada decisión visual implica pensar: elegir, cuestionar, conectar. Cuando un aprendiente se enfrenta a una superficie vacía, no busca una única respuesta, sino múltiples caminos posibles. El pensamiento complejo se constituye como una forma de libertad cognitiva, una pedagogía que confía en la diversidad de soluciones y en una potencia creativa de lo incierto.
Praxis humanista: el arte de educar con el corazón
En el centro de esta propuesta late el humanismo contemporáneo: una ética que coloca a la persona con su dignidad del ser, su fragilidad y su potencia (en el corazón de la educación). Como señala Martha Nussbaum (2011), la educación humanista forma ciudadanos capaces de imaginar la vida de los otros y Paulo Freire (1996) lo complementa con la afirmación: “nadie educa a nadie, nadie se educa a sí mismo; los hombres se educan entre sí con la mediación del mundo”.
Es por ello que educar desde el arte es justamente eso: mediar el mundo desde lo sensible, entonces el espacio del aula se convierte en un lugar donde la creación es también un acto de empatía, donde la imagen es puente, espejo y pregunta. Enseñar arte desde una praxis humanista es reconocer en cada aprendiente como una persona sentipensante, capaz de imaginar realidades más justas y luminosas.
Mediación pedagógica: el aula como puente
La mediación pedagógica no es un método, sino un encuentro, Gutiérrez y Prieto (2002) la definen como “la transformación de los contenidos y las formas de expresión en una situación particular, con la intención de hacerlo posible dentro de una educación concebida como participación, creatividad y relación”.
En el caso del arte, mediar es tender puentes entre la técnica y la emoción, entre el conocimiento y la experiencia. No se trata solo de enseñar a pintar o dibujar, sino de abrir espacios para pensar, sentir y darle sentido al proceso creativo. Entonces hablamos que la mediación es un proceso ético, relacional y profundamente humano que transforma tanto al que enseña como al que aprende.
El arte y la comunicación visual: lenguajes que piensan
Ya lo dijo Howard Gardner (1993): “El arte educa de una manera que ninguna otra forma de conocimiento puede imitar”. En cada obra artística, la persona dialoga con símbolos, con imaginarios, con silencios y construye su propio lenguaje. El arte enseña a pensar sin palabras, a comunicar desde la intuición, a mirar con atención lo que no siempre se observa.
Por eso, el arte y la comunicación visual son territorios de pensamiento: aprender a leer imágenes, como propone Erwin Panofsky (2010), no es un ejercicio técnico, sino una forma de descifrar las estructuras culturales que habitan en ellas, educar visualmente es enseñar a leer el mundo, reconociendo sus signos y cuestionar sus discursos.
Ejemplos y experiencias personales: el aula como laboratorio de vida
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Mural ecológico: estudiantes de primaria, en el caso particular tercer grado, integraron ciencias, arte y ecología en una obra colectiva sobre la relación entre el ser humano y la naturaleza. No fue solo aplicar un técnica como dibujo o pintura: también se expresó la conciencia ambiental, comunidad y aprendizaje vivo.
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Redes y el yo: en una dinámica de creación visual, las tramas y conexiones se convirtieron en metáforas de los vínculos humanos.
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Museo y mediación: las visitas a los Museos, se transformó en experiencia creativa al reinterpretar obras desde la mirada propia, descubriendo nuevos significados.
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Publicidad con conciencia: en la universidad, analizando imágenes publicitarias desde la crítica visual permitió crear mensajes con sentido crítico y social.
Cada una de estas experiencias personales muestran que el arte, cuando se media desde la complejidad y el humanismo, deja huellas más profundas que trascienden lo memorístico.
Mediar desde el arte a partir del pensamiento complejo y el humanismo, es apostar por una educación significativa, que forme seres sensibles, críticos y conscientes de su entorno.
El holismo nos enseña a mirar el todo; el pensamiento complejo, a navegar la incertidumbre; el humanismo, a cuidar la vida. Juntos, estos tres caminos dibujan una pedagogía donde el arte se convierte en mediación, y la mediación, en transformación.
Como dijo Elliot Eisner, “el arte tiene el poder de modificar la forma en que percibimos y comprendemos el mundo”. Quizás ese sea, en el fondo, el propósito más profundo de educar: enseñar a ver lo invisible y lo escencial de la vida.
Referencias
Arnheim, R. (1974). Arte y percepción visual. Gustavo Gili.
Capra, F. (1996). La trama de la vida. Anagrama.
Freire, P. (1996). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI Editores.
Gardner, H. (1993). Las inteligencias múltiples. Paidós.
Gutiérrez, J. & Prieto, P. (2002). Mediación pedagógica y aprendizaje significativo. Ediciones Pedagógicas.
Morin, E. (1999). Introducción al pensamiento complejo. Gedisa.
Morin, E. (2001). La complejidad humana. Gedisa.
Nussbaum, M. (2011). Las fronteras de la justicia. Paidós.
Panofsky, E. (2010). Estudios sobre iconología. Fondo de Cultura Económica.
Smuts, J. C. (1926). Holism and Evolution. Macmillan.
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