Del aula al muro: el arte como vínculo afectivo en la era digital


Por Mgtr Antonio Francisco García Zamora.

“Educar es un acto de amor, por tanto, un acto de valor.”  Paulo Freire (1997)


Existió un momento en que el espacio del aula era un territorio delimitado por paredes, pupitres y tizas de colores. En ese contexto, la mirada del educador encontraba los ojos curiosos de los niños, y la experiencia del aprendizaje se tejía en gestos, silencios y trazos compartidos. Con el paso de los años, y en mis primeros meses como docente de artes visuales, comprendí que ese espacio también podía extenderse más allá de sus límites físicos, que el proceso de mediación de los aprendizajes podía habitar otros lugares si los abarcamos con ternura y conciencia.

Estas líneas nacen a partir de mi experiencia como mediador e investigador docente en los albores de los años 2011-2014, específicamente cuando comencé a laborar en la Escuela San Martín, en Ciudad Quesada, San Carlos, Costa Rica. Fue también el corazón de mi tesis de maestría titulada Propuesta del uso de Facebook como apoyo didáctico en las lecciones de Arte y Comunicación Visual de los niños y las niñas de sexto grado de la Escuela San Martín, presentada para optar por el grado de Magíster en Administración de Medios de Comunicación en la Universidad Estatal a Distancia (UNED), en 2013. Aquel trabajo académico, que en su momento se centró en el uso pedagógico de las redes sociales, específicamente el Facebook, se transformó con los años en una experiencia significativa que me permitió repensar el gran reto de educar y aprender en la era digital.

Recuerdo las mañanas luminosas en aquella aula, de la cual extraño: los pinceles extendidos, los colores vivos, los celulares escondidos entre los cuadernos. Los niños hablaban de Facebook con naturalidad, mientras los adultos lo veíamos como una distracción o pérdida de tiempo. En mi caso particular, no lo interpreté así. Intuí que detrás de esa red existía un lenguaje nuevo, una forma distinta de comunicar el mundo. Fue entonces cuando me pregunté: ¿podría ese espacio digital convertirse en un recurso para despertar la creatividad y fortalecer los vínculos afectivos?, específicamente para los niños de sexto año, que son los que mas utilizaban esa red social, en ese momento. 

De esa pregunta nació la propuesta que dio vida a mi tesis: transformar el muro de Facebook en un cuaderno de arte colectivo. Un espacio donde los niños pudieran publicar sus dibujos, fotografías y reflexiones visuales, además tener comunicación con artistas del contexto nacional. Pronto descubrí que no se trataba solo de compartir imágenes, sino de compartir emociones. Como escribí en aquel trabajo:

“La imagen visual se convierte en reforzador de información e influencia en las personas que interactúan con la fuente visual” (García Zamora, 2013, p. 15).

Cada publicación se volvió una pequeña ventana a sus mundos interiores. Los comentarios, los “me gusta”, las palabras de aliento entre compañeros, se transformaron en una red de reconocimiento. En esos gestos digitales se manifestaba algo esencial: el deseo de ser vistos, de ser escuchados, de ser parte. El muro digital, impersonal en apariencia, se volvió humano.

Con el tiempo comprendí que educar no es solo transmitir conocimiento, sino acompañar procesos emocionales. En ese concepto, aprendí de Freire (1997) que decía“la educación es comunicación y diálogo, nunca imposición”, y Maturana (1990) afirmaba que “todo acto educativo es, ante todo, un acto de amor”. En el aula digital, esas palabras se volvían palpables. Los niños encontraban en la red una nueva manera de expresarse, una forma de decir lo que a veces no sabían traducir en palabras.

Desde la pedagogía estética, Maxine Greene (1995) nos invita a “abrir los ojos de la mente para ver el mundo como podría ser”. Los niños, con sus dibujos digitales, hacían justamente eso: imaginar un mundo posible. Y comprendí que el arte (incluso en su versión digital) conserva su poder transformador, su capacidad de hacernos sentir vivos.

El pensamiento complejo de Edgar Morin (1999) me ayudó a mirar esta experiencia como una totalidad entretejida. Nada estaba separado: ni la emoción del conocimiento, ni el cuerpo del pensamiento, ni en el espacio del aula de la red. Todo formaba parte de una misma trama viva, en ese aspecto Denise Najmanovich (2001) lo expresa con claridad: “La vida no es una cadena de causas y efectos, sino una red de interacciones que se transforman mutuamente.” Y en esa red (real y simbólica) los aprendientes y yo nos transformábamos juntos.

Comprendí entonces que la mediación pedagógica debía ser estética, afectiva y consciente. No se trataba de usar tecnología, sino de humanizarla. Carlos Maldonado (2021) habla de una “salud compleja”, donde lo biológico, lo emocional y lo simbólico se integran. Educar desde esa mirada implica cuidar los vínculos, generar espacios donde el conocimiento se construye desde la empatía.

El arte, incluso en el ámbito digital y de las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC) digital, puede sanar. En ese aspecto Eisner (2004) escribió que “las artes enseñan a ver lo que de otro modo pasaría inadvertido”. Ese ver y ser vistos es una experiencia de encuentro. En la mediación estética, la tecnología deja de ser pantalla fría y se vuelve puente humano.

A más de una década de aquella investigación y aventura de la maestría, sigo creyendo que el aula no desapareció: se expandió hacia otros territorios, hacia las redes, hacia los vínculos que aún nos sostienen. El arte sigue siendo el lenguaje del encuentro, el modo más profundo de reconocernos. El muro digital puede convertirse (si se habita con afecto) en un espacio de comunión estética, donde el aprendizaje se vuelve un momento enriquecedor y significativo para la persona. 

Educar hoy, entre trazos, píxeles y palabras, es dar continuidad, buscando lo mismo que siempre hemos buscado: una forma de tocar el alma del otro a través de la belleza y la sensibilidad.

Referencias

  • Eisner, E. (2004). El arte y la creación de la mente. Paidós.

  • Freire, P. (1997). Pedagogía del corazón. Siglo XXI.

  • García Zamora, A. F. (2013). Propuesta del uso de Facebook como apoyo didáctico en las lecciones de Arte y Comunicación Visual de los niños y las niñas de sexto grado de la Escuela San Martín en San Carlos [Tesis de maestría, Universidad Estatal a Distancia]. 

  • Greene, M. (1995). Releasing the imagination: Essays on education, the arts, and social change. Jossey-Bass.

  • Maldonado, C. E. (2021). Salud compleja: hacia una epistemología de la vida. Universidad del Rosario.

  • Maturana, H. (1990). Emociones y lenguaje en educación y política. Dolmen.

  • Morin, E. (1999). La cabeza bien puesta. Nueva Visión.

  • Najmanovich, D. (2001). El juego de los vínculos: subjetividad y redes. Paidós.

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