Del claustro al cisma: entre votos, poder y excomunión.

Monjas

Mgtr. Antonio F. García Zamora.

La noticia que sacudió a la Iglesia católica en España no versa únicamente sobre la excomunión de un pequeño grupo de monjas clarisas en el convento de Belorado. Tampoco se trata, en rigor, de un acto de rebeldía femenina como algunos titulares sensacionalistas han sugerido. El acontecimiento, más bien, actúa como síntoma de un desgarramiento más hondo: un catolicismo dividido entre la fidelidad institucional y la nostalgia de una ortodoxia sin matices.

Estas religiosas, encabezadas por la madre abadesa Sor Isabel de la Trinidad, declararon su adhesión a las ideas sedevacantistas, una postura que sostiene que la Sede de Pedro está vacante desde hace décadas, pues los papas posteriores al Concilio Vaticano II habrían caído en herejía. En palabras de las mismas monjas: “Reconocemos y confesamos que la Sede Apostólica está vacante desde la muerte del Papa Pío XII” (citado en La Nación, 2024). A su juicio, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco serían impostores o usurpadores.

El sedevacantismo, aunque marginal, representa una resistencia férrea al aggiornamento (puesta al día) que el Concilio Vaticano II propuso en la década de 1960. En particular, rechazan el ecumenismo, el diálogo interreligioso, la misa en lengua vernácula y la apertura pastoral impulsada por el Papa Francisco, a quien consideran un destructor de la verdadera fe. Como señalaba Joseph Ratzinger, ya desde antes de ser Benedicto XVI: “No se trata de una vuelta a lo antiguo, sino de una nueva fidelidad creativa” (Ratzinger, 2005, p. 47). Sin embargo, para los ultraconservadores, nuevas lecturas teológicas equivalen a traición a la iglesia tradicional.

La excomunión, dictada por el arzobispado de Burgos, se fundamenta en el canon 751 del Código de Derecho Canónico: herejía es la negación pertinaz, después del bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica. La sanción, en este caso, se da por cisma, es decir, la ruptura de la comunión con el Papa y con quienes están en comunión con él (CIC, 1983, can. 1364).

Pero ¿qué significa hoy ser excomulgado? ¿Es una expulsión literal del Cuerpo Místico de Cristo o más bien un gesto simbólico que ratifica una escisión que ya se había consumado interiormente? El Papa Francisco ha recordado que “la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas” (Francisco, 2013). No obstante, también ha sido claro en señalar que la comunión eclesial no es una mera declaración subjetiva: no basta con decir “soy católico” como marca registrada, si se niega el magisterio o se desconoce la autoridad legítima.

En este contexto, para la Iglesia de Roma, la excomunión no debería entenderse como un castigo, sino como la constatación de un alejamiento consciente y desnuda la fragilidad de la Iglesia para integrar disensos sin fracturarse.

El lema preconciliar “Extra Ecclesiam nulla salus” (“Fuera de la Iglesia no hay salvación”), expresión que hunde sus raíces en Cipriano de Cartago, fue matizado por el Vaticano II, que reconoció semillas de verdad en otras confesiones religiosas (cf. Lumen Gentium, n. 16). Pero en sectores integristas, esta apertura se vivió como renuncia. De ahí que para algunos católicos tradicionales, la Iglesia haya “traicionado” su misión salvífica al abrazar el pluralismo moderno.

La paradoja es desconcertante: en nombre de la fidelidad absoluta, se rompe la comunión. En nombre de la pureza doctrinal, se abandona la caridad eclesial. Como si la ortodoxia, cuando se absolutiza, se convirtiera en su propio ídolo.

Joseph Ratzinger lo había anticipado con lucidez: “El cisma comienza allí donde la ortodoxia deja de ser comunión y se convierte en sistema cerrado, incapaz de acoger la paradoja de lo real” (Ratzinger, 1969, p. 203). Desde esta perspectiva, las monjas de Belorado no son víctimas, pero tampoco monstruos. Son expresión de una tensión no resuelta entre tradición y aggiornamento, entre fidelidad y apertura.

Quizá la cuestión de este tiempo no sea la pérdida de fe, sino la fragmentación de los lenguajes de la fe: Mientras unos elevan muros con dogmas, otros abren ventanas con metáforas. Y en medio, el silencio del pneuma, que sigue soplando donde quiere (cf. Jn 3,8).


Referencias (APA 7):

  • Código de Derecho Canónico. (1983). CIC. Libreria Editrice Vaticana.

  • Francisco. (2013). Evangelii Gaudium. Vaticano: Libreria Editrice Vaticana.

  • La Nación. (2024, julio 31). Monjas españolas excomulgadas prometen luchar por su fe. https://www.nacion.com

  • Ratzinger, J. (1969). Introducción al cristianismo. Herder.

  • Ratzinger, J. (2005). La sal de la tierra. Madrid: Encuentro.

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